martes, 3 de abril de 2012

Un partero del neoliberalismo depredador




Tras el fallecimiento del ex-Presidente Miguel de la Madrid Hurtado ocurrido el 2 de abril del 2012 a causa de su desmedida aficción al tabaco que terminó cobrándole las facturas, muchos panistas de viejo cuño se quedaron con la boca abierta cuando en los servicios fúnebres en su honor el actual Presidente representante de la derecha ultraconservadora de México, Felipe Calderón, prácticamente se deshizo en elogios y alabanzas a Miguel de la Madrid.





¿Cómo es posible, se preguntaron muchos, que a Felipe Calderón se le haya olvidado por completo que fue precisamente Miguel de la Madrid el principal culpable de haber ordenado el presunto fraude electoral en el Estado de Chihuahua en 1983 para impedir a toda costa que el PAN pudiera arrebatarle por vez primera al PRI una importante gubernatura? Todavía hay muchos que recuerdan que los panistas de aquella época estuvieron despotricando duramente en contra de Miguel de la Madrid utilizando en sus discursos los peores calificativos posibles al hombre que acusaron de haber ordenado la implementación de uno de los fraudes electorales más colosales en la Historia moderna de México. En su momento, ese presunto fraude recibió una condena mundial de parte de varios organismos internacionales, lo cual le importó muy poco a Miguel de la Madrid. Si hay un culpable directo de ese presunto fraude electoral consumado en Chihuahua, allí estaba precisamente en ese féretro. Se podía entender la presencia protocolaria de Felipe Calderón en las honras fúnebres de Miguel de la Madrid como algo casi obligado por el respeto que debe guardar un Jefe de Estado o otro en su partida final. Pero... ¿por qué deshacerse en tantos elogios y alabanzas que nadie le había solicitado? Es algo así como si de alguna manera el Diablo pese a su naturaleza netamente espiritual terminara muerto de repente y se presentaran a sus funerales con los ojos llorosos los Arcángeles Miguel y Gabriel lamentando a moco tendido el deceso de su formidable adversario.

A muchos izquierdistas seguramente tampoco se les olvidó que fue precisamente Miguel de la Madrid quien, repitiendo su vil hazaña perpetrada en 1983 en Chihuahua, ordenó desde la Presidencia de México la implementación de un nuevo fraude electoral, pero esta vez en 1988 a escala nacional, el fraude con el cual se llevó a cabo la famosa caída del sistema que permitió la imposición del mil veces nefasto Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia de México:





En los tiempos del “reinado sexenal” del burócrata gris entronizado como Presidente Miguel de la Madrid, en ese entonces (al igual que como ocurre hoy), TELEVISA le ocultó muchas cosas al pueblo de México (TELEVISA siempre viendo por sus propios intereses ha sido encubridora a escala mayor y cómplice de cualquiera que esté en el poder, y haría lo mismo inclusive si el ocupante de Los Pinos fuera el Anticristo). En ese entonces, el jilguerillo desinformador era Jacobo Zabludovsky (al igual que como hoy lo son Joaquín López-Dóriga de TELEVISA y en menor grado Javier Alatorre de TV AZTECA). Entre las muchas cosas que le ocultó al pueblo de México estuvo el hecho de que para poder llevar a cabo la consumación del fraude electoral de 1986 en Chihuahua, Miguel de la Madrid ordenó la movilización de varios contingentes de tropas del Ejército mexicano, con las órdenes de estar “prestos para actuar” en caso de que se les requiriera (posiblemente con algún otro genocidio en mente como el que se dió en Tlatelolco en 1968), convirtiendo a Chihuahua en una región puesta prácticamente bajo un estado de sitio, con los convoyes militares intimidando en sus recorridos tanto a los electores chihuahuenses como a los protestantes en contra del fraude una vez que dicho fraude se hubo consumado. Dada la obecación casi enfermiza de las derechas por aferrarse a la silla presidencial en las elecciones del 2012, y dado el negro antecedente de cómo a petición del mismo Partido Acción Nacional se aplastó brutalmente la voluntad soberana de los electores en Morelia anulándoles su voto usando para ello como pretexto el increíble argumento de que un boxeador mexicano en una lucha que tuvo lugar en Las Vegas traía cosido en su calzoncillo un logo del PRI, varios analistas de renombre están empezando a manejar seriamente la posibilidad de que si no es posible pese a todas las trampas, triquiñuelas legaloides y guerras sucias llevar a Josefina Vázquez Mota a la Presidencia de México, se recurrirá a la anulación de las elecciones presidenciales. En realidad, esto no es nada nuevo, y el mismo Miguel de la Madrid fue acusado de manejar tal posibilidad, como lo documentan los extractos tomados del siguiente trabajo (cualquier parecido entre lo sucedido en aquél entonces y lo que está sucediendo hoy bajo el PAN-Gobierno puede tomarse como una mera “coincidencia”):

Gobernación previó hasta la anulación de la elección en Chihuahua
Francisco Ortiz Pinchetti
Revista PROCESO
7 de julio de 1986

El más amplio, costoso y sofisticado operativo en toda la historia del partido oficial, fue montado en Chihuahua para ejecutar la decisión del gobierno federal de no entregar a la oposición esta entidad norteña, cueste lo que cueste.

El plan está encaminado centralmente a una “legitimación” del triunfo del Partido Revolucionario Institucional, así sea a partir de un monstruoso fraude electoral. Incluye acciones por realizarse antes, durante y después de los comicios que habrán tenido lugar este domingo 6 de julio.

Con el sustento de una ley electoral en sí mismo fraudulenta, el operativo contempla maniobras legaloides previas a la elección, irregularidades en el transcurso de la votación, labores de alquimia electoral, férreo -y costosísimo- control de los medios de comunicación y un impresionante aparato represor para contener las reacciones de inconformidad, que se esperan virulentas.

También prevé la posibilidad extrema de una anulación de las elecciones, en el supuesto de que la participación ciudadana sea de tal magnitud y tan decidida que impida la consumación de un “legítimo” triunfo priista.

La estrategia general del operativo fue diseñada por la Secretaría de Gobernación, bajo la supervisión directa del titular de esa dependencia, Manuel Bartlett. Su ejecución está en manos de la misma dependencia, del gobierno del estado y del comité ejecutivo nacional del PRI, que encabeza Adolfo Lugo Verduzco.

Su amplitud y complejidad responden a las dificultades que el gobierno enfrenta en el candente “Caso Chihuahua”, sin precedente también en las últimas décadas. La fuerza de una oposición desbordada, la decisión de la ciudadanía de organizarse y actuar en defensa de su voto y la inusitada atención de la prensa internacional sobre las elecciones en este estado, constituyen un reto que el sistema no había conocido en más de medio siglo.

Además, las elecciones chihuahuenses ocurren en el contexto de la crisis económica y los condicionamientos estadounidenses al gobierno mexicano para forzarlo a una democratización del país.

Difícilmente podrá ocurrir aquí lo que en Sonora y Nuevo León el año pasado, cuando el sistema recurrió a acciones abiertamente fraudulentas para despojar a la oposición de presuntos triunfos, a la usanza tradicional del aparato priista. La realidad chihuahuense obliga a tácticas más elaboradas, que permitan presentar, con el aval de una prensa cómplice y domesticada, la “limpieza” del triunfo electoral en el que triunfan los candidatos priistas.

Proceso conoció los detalles de la organización interna del operativo, corroborados ya parcialmente por los hechos.

El operativo del gobierno para conservar a Chihuahua y “legitimar” el triunfo priista lo completa un inusitado dispositivo preparado para contener la reacción popular ante el fraude: un impresionante aparato represor.

Extraoficialmente, unos 20,000 efectivos de las fuerzas armadas fueron concentrados en el estado. Durante la semana pasada, llegaron a Ciudad Juárez y a Chihuahua un total de siete transportes aéreos militares, con unos 700 paracaidistas que, aparentemente, actuarán vestidos de civil.

Desde el lunes anterior, convoyes militares realizaron recorridos nocturnos de “reconocimiento” en esta capital. Soldados fueron apostados en los locales de la comisión y los comités electorales, en radiodifusoras, centrales de telecomunicaciones y edificios públicos.

Desde diferentes estados del país -algunos tan lejanos como Querétaro- fueron concentradas aquí 480 patrullas de la Policía Federal de Caminos. Tienen una tarea concreta: reprimir a quienes participen en los bloqueos de carreteras anunciados por el Movimiento Democrático Nacional.

La presencia militar, hasta el viernes todavía discreta, incrementó el clima de tensión que Chihuahua ha vivido en las últimas semanas.





Si hay un culpable directo de ese fraude electoral consumado en Chihuahua, allí estaba precisamente en ese féretro. Y en lo que toca al fraude al que presuntamente se recurrió para no entregarle la silla presidencial al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y dársela en cambio a un Carlos Salinas de Gortari que recrudecería aún más las depredadoras políticas económicas neoliberales iniciadas por Miguel de la Madrid, para quienes no están familiarizados con lo sucedido en aquél entonces, la historia es ésta: el gobierno federal (Miguel de la Madrid) había anunciado la adquisición de uno de los más poderosos equipos de cómputo en aquella época fabricado por la empresa más poderosa en cuestiones computacionales, la IBM, con la finalidad de poder contabilizar los resultados electorales de la elección presidencial conforme fueran llegando de todas partes de México, un sistema computacional anunciado a prueba de fallas y con una rapidez y capacidad de procesamiento de datos que ya hubieran querido los centros de investigación de varias universidades del país. Llegado el día de las elecciones, al cerrar las casillas electorales y al empezar a ser remitidos los resultados de cada casilla por vía telefónica y por paquetería, las primeras tendencias mostraron que el candidato de la izquierda, el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, iba por encima del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari. Por vez primera en el México contemporáneo, se vislumbraba la posibilidad de que el otrora invencible PRI se viera en la necesidad de tener que entregarle el poder, de tener que entregarle la Presidencia de México, precisamente a la izquierda. Y entonces, algo inesperado sucedió. Se anunció al pueblo de México que el poderoso sistema de cómputo a prueba de fallas proporcionado por la IBM se había “caído”, lo cual fue anunciado por Manuel Bartlett, el Secretario de Gobernación en esos tiempos. Cuando se habla de “la caída del sistema” en aquél entonces, los historiadores se están refiriendo precisamente a este suceso que sigue siendo tan extraño y tan sospechoso hoy como lo fue en esa época. Y al anunciarse la “caída del sistema” al pueblo de México, se anunció también que los recuentos serían hechos “a la antigüita”, a mano. Y precisamente a partir de ese momento, las tendencias que eran favorables al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas se revirtieron como por arte de magia, proclamándose al final del día como triunfador indiscutible a Carlos Salinas de Gortari.

El 6 de julio 1988 falló la computadora. Se cayó el sistema. A la estupendamente rápida (para los estándares usados en aquél entonces) y recién estrenada IBM AS/400, una de las más poderosas de su tiempo (pese a que a 25 años de distancia la AS/400 tiene ya una capacidad menor que algunos de los servidores Web de escritorio más potentes que se venden en el 2012, en ese entonces había pocos sistemas de cómputo que se le pudieran comparar en capacidad de cálculos) le echaron toda la culpa de haber fallado y de no haber dado los resultados de la elección presidencial el mismo día de la votación, como se había ofrecido.

Una historia poco conocida (la clase política corrupta de México a la cual se ha sumado gustosamente hoy el PAN-Gobierno ha hecho un buen trabajo para esconder la verdad) es que, cuando ocurrió la famosa “caída del sistema”, la empresa IBM despachó a la Ciudad de México a un equipo conformado por algunos de sus mejores ingenieros en sistemas computacionales. Después de todo, era el prestigio mundial de un gigante computacional de renombre internacional el que estaba en juego. A la IBM le interesaba más que a nadie saber exactamente qué le podía haber sucedido a la AS/400 que había instalado en México para que hubiese dejado de funcionar. Ya en la Ciudad de México, cuando trataron de obtener acceso a la computadora, se les negó la entrada, diciéndoles que regresaran al día siguiente, lo cual hicieron, sólo para que nuevamente se les negase la entrada. Después de estarle siendo negado el acceso por varios días al equipo estrella de técnicos y científicos de la IBM, estos se regresaron a los Estados Unidos con las manos vacías. Mucho tiempo después, cuando el gobierno de México les dijo que ya podían recoger su máquina AS/400, se encontraron con que toda la información había sido borrada, no sólo las bases de datos almacenadas en las cintas magnéticas, sino incluso los programas para que pudiera funcionar. Todavía hasta el día de hoy, los científicos de la IBM no saben qué pudo haber ocurrido (aunque seguramente lo sospechan), máxime que el tipo de falla colosal que se le adjudicó en México a la AS/400 no ocurrió en ninguna otra parte del mundo. No es posible suponer que la falla se haya debido a un corte inesperado en el suministro de la energía eléctrica, porque esa AS/400 tenía fuentes de poder de reserva (backups, UPS) al igual que las que se utilizan hoy para mantenerla funcionando sin problema alguno pese a cortes o altibajas en el suministro de la energía eléctrica. Tampoco es posible suponer que la falla se haya dado debido a una falla en las memorias volátiles o en las memorias permanentes de la AS/400, porque también en eso había sistemas backup de reserva, y encima de ello había programas automáticos de alerta monitoreando todo el funcionamiento interno de la computadora, los cuales habrían dado una alerta preliminar de una falla inminente que, dicho sea de paso, los técnicos de la IBM habrían podido reparar en muy poco tiempo. Simple y sencillamente, no había forma alguna de que la máquina se cayese. A menos de que, desde la misma Presidencia de México, se hubiese dado la orden de apagar la máquina por completo, lo cual ciertamente habría provodado la caída total del sistema, con una zancadilla metida directamente desde Los Pinos. La lentitud de la inteligencia del hombre y la proclividad a la maldad del ocupante de Los Pinos necesitaban tiempo para acomodar cifras, porcentajes y resultados que le dieran triunfo al PRI y a su candidato Carlos Salinas de Gortari. Manuel Bartlett, Secretario de Gobernación y Presidente de la Comisión Nacional Federal Electoral, sólo “argumentó” en medio del mayor de los cinismos posibles que “se cayó el sistema” (muy bien podría haber dicho “se calló el sistema”), lo cual vino a enriquecer el amplio diccionario de la inmoralidad nacional. De cualquier modo, no es posible achacarle toda la culpa (más no así la complicidad) a Manuel Bartlett de lo sucedido. Puesto que era la misma Presidencia de México la que estaba en juego (y con ello muchos intereses poderosos de los poderes fácticos, al igual que hoy), Bartlett jamás habría metido sus manos en este asunto si no hubiese recibido previamente la autorización del mismo Miguel de la Madrid para ello. Los apologistas post-mortem de Miguel de la Madrid podrían tratar de argumentar en su defensa que, en realidad, verdaderamente, Miguel de la Madrid estaba ignorante de las barbaridades que estuvieron haciendo sus lacayos en todo lo que tiene que ver con el presunto fraude electoral cometido en 1988, pero esto suena exactamente a los mismos argumentos de algunos apologistas de Hitler que aceptando la realidad del Holocausto intentan exculparlo argumentando que Hitler honestamente, verdaderamente, no sabía lo que estaban haciendo sus lacayos como Eichmann, Reinhard Heydrich y Heinrich Himmler, aunque este es un argumento tan infantil que hoy no se lo traga ni siquiera un recién nacido.

Tan no se sabe a ciencia cierta lo que verdaderamente sucedió con la “caída del sistema”, que a 25 año de distancia el principal ofendido, Cuauhtémoc Cárdenas, al asistir a la proyección del documental en competencia El ingeniero, de Alejandro Lubezki en la 27 edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, dijo que Manuel Bartlett debía explicar lo que sabía acerca de esa “caída del sistema”. De cualquier modo, algo de tal magnitud simple y sencillamente no podría haberse dado sin una autorización o una orden directa emanada del Presidente Miguel de la Madrid. Si hubo un culpable de tal acto delictivo, el culpable estaba allí en esa caja mortuoria. Para la consumación de este presunto fraude electoral de proporciones gigantescas, se tuvo que contar con la colaboración de los neopanistas que ya para entonces estaban empezando a tomar el control del partido político fundado por Manuel Gómez Morín, los cuales se encargarían de pasarle una factura bastante alta al régimen priista obteniendo por principio de cuentas sus “cuotas de poder” con la creación de las antidemocráticas diputaciones y senadurías plurinominales (esto marca en México el inicio de la partidocracia). Precisamente a este juego corrupto de concertacesiones se prestaron neo-panistas rapaces y voraces como Diego Fernández de Cevallos que en poco tiempo serían de los muy pocos mexicanos que dejarían de pertenecer a la clase media y clase media alta para convertirse en multimillonarios.

Todavía hay algunos analistas apologéticos quienes tratan de justificar a Miguel de la Madrid por esa “caída del sistema”, que tratan de excuparlo por lo que debió de haber sido otro fraude electoral colosal ordenado para mantener la hegemonía absoluta del PRI. Pero el principal problema para tratar justificar a Miguel de la Madrid y extenderle el equivalente a un “perdón histórico” es que a las boletas electorales originales en las cuales quedó plasmada la voluntad popular se les echó un cerillo con la finalidad de que la verdad histórica quedara sepultada en una gran pira. Allí estaba presuntamente la prueba del gran fraude, y con la quema de las boletas electorales quedó borrada para siempre la evidencia que le habría impedido a Miguel de la Madrid poder entregarle la estafeta de su presidencia no a Carlos Salinas de Gortari sino al izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas.

Para vergüenza de prácticamente todos los principales políticos del neo-PAN y de la izquierda, en el día en que se llevaron a cabo las pompas fúnebres de Miguel de la Madrid no hubo UNO SOLO DE ELLOS que trajera a colación el legado negro de ese burócrata gris al cual México le pudiera haber debido otras cosas, pero ciertamente democracia no, ni en sueños. Al igual que en el relato bíblico acerca de la destrucción de las ciudades Sodoma y Gomorra en donde Lot no pudo encontrar ni siquiera cinco justos para salvar a las ciudades pecadoras de la ira del Señor, en los estratos superiores de toda la clase política de México no hubo ni siquiera cinco que tuviesen memoria para recordar la cara negra del legado a largo plazo que Miguel de la Madrid le dejó a México.

Pese a las cualidades extraordinarias con las cuales se quiere coronar post-mortem a Miguel de la Madrid, una cosa es indudablemente cierta: Miguel de la Madrid no llegó a la silla presidencial como resultado de una contienda democrática libre y soberana, ni siquiera dentro del mismo Partido Revolucionario Institucional. Era un burócrata gris que prácticamente fue impuesto en la silla presidencial por su predecesor el vanidoso, frívolo y archi-corrupto José López Portillo que terminó enloqueciendo al final de su Presidencia (como igualmente está empezando a enloquecer Felipe Calderón):





por la vía del dedazo presidencial, por la vía de la imposición abierta y descarada. Por sus propios recursos, por sus propios méritos, Miguel de la Madrid jamás habría llegado a la Presidencia de México, así de llano y simple. Era un absoluto desconocido antes de que empezara su campaña presidencial, y para hacerlo “famoso” se recurrió -al igual que como ocurre en la actualidad- a la manipulación y complicidad de los medios audiovisuales de comunicación, principalmente TELEVISA. En esto el ascenso de las derechas ultraconservadoras al poder no representó cambio alguno que valga la pena mencionar.

En lo que concierne a José López Portillo, al cual en su momento la derecha ultraconservadora lo acusó de populista, no hay duda alguna de que fue un miserable corrupto a escala mayor que dilapidó estúpidamente los ingresos que la efímera alza en los precios internacionales del petróleo le dió a México, pero aún así no llegó a los extremos del neoliberalismo que hoy practica el PAN-Gobierno. Pero es a partir de Miguel de la Madrid cuando se inicia la tónica de privilegiar a las clases económicas más poderosas para que se vuelvan más poderosas y más acaudaladas aún, bajo la fantasía de que solo las clases más poderosas podían ayudar a sacar al pueblo de México del bache (hoy ya se sabe que eso no es cierto, el experimento fracasó, al igual que el experimento soviético que convirtió a Rusia en un estado policía). Es a partir de Miguel de la Madrid cuando por encima de las imperiosas necesidades de las clases populares se privilegian las “variables macroeconómicas”. Es a partir de Miguel de la Madrid cuando se le dice al pueblo “tenemos que aprender a apretarnos el cinturón”. Es a partir de Miguel de la Madrid cuando la brecha entre pobres y ricos empieza a separarse hasta alcanzar niveles kafkianos, increíbles. Es a partir de Miguel de la Madrid cuando la tecnocracia derechista termina apoderándose del país para culminar con el mejor discípulo de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari (el cual ha estado gastando mucha tinta en sus voluminosos libros exculpatorios tratando de seguir defendiendo su neoliberalismo a ultranza, esa misma aberración económica que el PAN-Gobierno abrazó obedeciendo sus nuevas alianzas con los poderes fácticos con los cuales co-gobierna a México). Y al igual que el comunismo soviético en su momento, el depredador neoliberalismo económico adoptado por las derechas ultraconservadoras como su tesis económica non plus ultra ya empezó a mostrar claramente todas sus grietas, cuarteaduras y resquebrajaduras.

La única exculpante que dan algunos panistas y neo-panistas (contados con los dedos de una mano) al hecho de que Felipe Calderón haya alabado de manera tan lisonjera y haya ordenado un homenaje en Palacio Nacional a quien en vida terminó siendo en uno de los políticos más antidemocráticos que hayan surgido de las filas del otrora invencible partidazo además de la culpa que le debe caer como uno de los grandes destructores de la economía nacional, pese a que en otros tiempos los panistas y los neo-panistas no cesaban de despotricar en contra suya, es que “las cosas se ven diferentes desde arriba que desde abajo”. ¡Vaya! ¿Y para terminar diciendo eso, para eso querían llegar los neofascistas al poder? Pues siendo así, de acuerdo a muchos analistas México estaba mejor con el PRI corrupto de ayer que con el PAN corrupto de hoy, habido el hecho de que el ascenso de las derechas ultraconservadoras a las redes del poder, prestas al servicio de los poderes fácticos, para lo único que terminó sirviendo fue para seguir abriendo aún más la brecha entre pobres y ricos además de producir una nueva comalada de millonarios. Y tal vez por eso no faltan muchos entre la gente del pueblo que en respuesta a la diatriba calderonista que repite insistentemente que “antes estábamos peor” le responden “pues estábamos mejor cuando estábamos peor”, ya que al menos no había una cuota de 60 mil cadáveres producto de una desgastante y sangrienta guerra de legitimación al haberse sacado al Ejército de los cuarteles para combatir la violencia del narcotráfico con la violencia militar.

Entre sus haberes, el gris Miguel de la Madrid fue el culpable directo de haber inflado innecesariamente el Congreso de la Unión abusando arbitrariamente de las facultades todopoderosas y omnímodas de las que los Presidentes gozaban en aquellos tiempos (no había cosa alguna que no se aprobara en el Congreso de la Unión sin el aval o sin la orden directa dada para ello por el Señor Presidente), ordenando reformas para aumentar el número de Diputados Federales de 400 a 500, cuando en una época en la que la economía nacional estaba hundida gracias a la corrupción y los saqueos que distinguieron al sexenio lópezportillista el simple sentido común hubiera dictado disminuír en vez de aumentar la nómina del Congreso de la Unión. El objetivo de Miguel de la Madrid en ordenar este aumento atroz e innecesario ciertamente no era de naturaleza económica, porque ello iba directamente en contra de los intereses de la Nación, sino aumentar el número de puestos disponibles para repartírselos a la oposición a manera de soborno sin sacrificarle a los congresistas del PRI uno solo de los lugares que ya tenían reservados en el Congreso de la Unión. Este legado nefasto y funesto de Miguel de la Madrid persiste hasta nuestros días, reafirmando el hecho de que Miguel de la Madrid pudo haber sido todo, menos un verdadero demócrata. Irónicamente, es precisamente el Partido Revolucionario Institucional el que casi tres décadas después a través de su abanderado Enrique Peña Nieto ha propuesto adelgazar al Congreso reduciendo en 100 el número de Diputados (que actualmente es de medio millar de Diputados, o sea 500) y en 32 la cantidad de Senadores (que ahora son 128), remando en contra del partido de las derechas el PAN que pese a haberle prometido un “cambio” a México hoy se opone a tales reformas que indudablemente serían en bien de la Nación (bueno, los conservadores ultrareaccionarios siempre hablaron demagógicamente de un “cambio”, pero en realidad nunca pusieron por escrito en un papel los detalles específicos en los cuales consistiría el cambio, dejando tales detalles a la imaginación del electorado y a los discursos viscerales de las nuevas y avorazadas clases políticas).

Miguel de la Madrid como el César sexenal imperial que era con poderes omnímodos en sus manos muy bien pudo haber revertido la estúpida estatización de la banca mexicana (eufemísticamente llamada “nacionalización” porque la banca en ese entonces era 100% propiedad de mexicanos) ordenada por su antecesor después de echarle la culpa a los banqueros por el descalabro económico ocasionado por el mismo López Portillo que irresponsablemente convirtió a México en el país con la mayor deuda externa del planeta Tierra, regresándole los bancos a sus legítimos dueños con un “usted dispense”. Pero en vez de hacerlo, por “no ofender” a su predecesor Miguel de la Madrid refrendó la vil estatización que terminó por burocratizar por completo a un sector que históricamente había sido altamente eficiente sin necesidad de subsidios gubernamentales o rescate alguno ante posibles quiebras. Todo esto allanó el camino para la destrucción casi total del sistema bancario nacional, que al final de cuentas tras caer en la insolvencia tuvo que ser rescatado con ese gigantesco latrocionio llamado FOBAPROA (pagado en su totalidad con dineros del pueblo de México) tras lo cual la banca mexicana terminó cayendo en manos de empresas extranjeras. ¿Y todo esto olvidaron el PAN-Yunquista y Felipe Calderón al deshacerse en elogios por el infame burócrata que le dió puntilla a la Nación? ¿Perdieron su memoria histórica los derechistas y ultraderechistas una vez que llegaron al poder? “Es que las cosas se ven diferentes desde arriba que desde abajo” suelen responder con cinismo algunos de los que hoy desde la silla presidencial tratan de justificar el continuismo del neoliberalismo depredador que legó Miguel de la Madrid Hurtado como su más nefasta herencia que sería atada en firme por Carlos Salinas de Gortari y terminaría siendo adoptada como la política económica a seguir por las derechas ultraconservadoras de México.

Pero el legado de mayor alcance y consecuencias dejado por Miguel de la Madrid fue la implementación del neoliberalismo económico rapaz y depredador que terminaría siendo perfeccionado a niveles insospechados por Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo para terminar siendo adoptado casi en su totalidad por un cada vez más derechizado Partido Acción Nacional. Miguel de la Madrid, en vez de meter a la cárcel a su predecesor José López Portillo bajo los cargos de enriquecimiento ilícito (y había material de sobra para ello, empezando por la tristemente famosa mansión ubicada en la Colina del Perro que simboliza lo más profundo de la corrupción depredadora que tuvo lugar en el sexenio lópez-portillista) recuperando al menos una parte de los saqueos en los que incurrió López Portillo, cínicamente anunció un programa de “Renovación Moral” para cuyos efectos con la finalidad de darle credibilidad terminó echando a la cárcel a Jorge Díaz Serrano, otro corrupto funcionario lópezportillista pero ni en sueños tan corrupto como el mismo López Portillo al cual, proporcionalmente hablando, le deberían de haber tocado por lo menos 500 años de prisión sin derecho a visitas conyugales.

Y pese a su lema fanfarrón de “Renovación Moral” con el cual inició su sexenio que fue sumamente doloroso para la sociedad mexicana exceptuando los más acaudalados, Miguel de la Madrid no movió un solo dedo para que se llevase a juicio a ninguno de los genocidas culpables de la matanza de Tlatelolco ni a los culpables y cómplices de la posterior carnicería del Jueves de Corpus pese a que había suficientes testigos, evidencias y testimonios para ello y pese a que Miguel de la Madrid tenía una autoridad casi total sobre todas las dependencias de gobierno en las cuales laboraban los que acataron las órdenes de llevar a cabo esas carnicerías. El hacer prevalecer a la Justicia y poner un verdadero precedente de lucha anti-corrupción jamás estuvo entre sus prioridades. Y si bien se le dá crédito por haber llevado a cabo una simplificación administrativa en los trámites burocráticos gubernamentales, difícilmente ese logro en lo que tiene que ver con la tramitología justifica el que haya hecho a un lado sus responsabilidades y obligaciones marcadas por la Constitución.

Nada de lo anterior fue recordado por la clase política de la oposición que por lo menos, en vez de estarse deshaciendo en elogios y alabanzas serviles hacia uno de los responsables de la desaparición de la clase media en México en los años ochenta, por dignidad propia mejor deberían haber mantenido la boca cerrada, dejándole a los historiadores llevar a cabo el balance de la administración de Miguel de la Madrid, el primer gran abuelo del neoliberalismo en México. Del fracaso manifiesto de ese depredador modelo económico ya se ha tratado aquí en otras entregas que no es necesario repetir aquí. Veamos mejor el siguiente trabajo:

Miguel de la Madrid: una medicina amarga
Carlos Acosta Córdova
Revista PROCESO
7 de abril del 2012

Ya retirado de la vida pública, el ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado –muerto el domingo 1 de abril– reconoció lo que no quiso admitir cuando estuvo al mando del país, de diciembre de 1982 a noviembre de 1988: “Lo que más me duele es que esos años de ajuste económico y de cambio estructural se caracterizaron también por un deterioro en la distribución del ingreso, por un abatimiento de los salarios reales y por la insuficiente generación de empleos; en suma, por un deterioro de las condiciones sociales”.

Lo dijo ante las cámaras de Clío TV para el documental Miguel de la Madrid, oportunidades perdidas, que la empresa de Enrique Krauze produjo en 1999.

La rectificación tardía es de quien fue protagonista de uno de los sexenios más aciagos del país. Ningún otro ex presidente ni el presidente actual han reconocido que el modelo económico que inició Miguel de la Madrid, y que sigue a la fecha, si bien procura la estabilidad de las finanzas públicas, los equilibrios macroeconómicos, poco hace por el bienestar de la gente.

El saldo social, sexenio tras sexenio desde 1982 es el mismo: empleos insuficientes, precarios y mal remunerados –desde entonces no ha habido gobierno capaz de crear el millón, o poco más, de puestos de trabajo que se necesitan cada año– y pagos insuficientes: a la fecha el salario real no ha podido recuperarse de los desplomes de los sexenios de José López Portillo (diciembre de 1976 a noviembre de 1982) y de Miguel de la Madrid. Con el primero el salario perdió 31 por ciento de su valor; con el segundo, 40 por ciento, según cifras del Banco de México.

Durante el homenaje póstumo que se le rindió el martes 3 en Palacio Nacional se rememoraron algunos de los momentos difíciles que le tocó vivir a De la Madrid como presidente. También algunos de sus logros y aportaciones.

Su hijo Enrique recordó la erupción del volcán El Chichonal en 1982, cuyas secuelas debió enfrentar De la Madrid apenas llegado al poder. También la explosión de una planta almacenadora de gas de Pemex en San Juanico en 1984; el huracán Gilberto y el terremoto de 1985 que, diría minutos después Felipe Calderón, “dejó tras de sí una estela de muerte, tristeza y dolor”.

Entre los logros del ex presidente su hijo destacó el inicio de la renegociación de la deuda externa, que López Portillo le dejó en más de 80 mil millones de dólares y la entrada de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, organismo sustituido por la Organización Mundial del Comercio, lo que marcó el inicio de la apertura de la economía nacional.

Hiperinflación

A Miguel de la Madrid, dijo Calderón en el homenaje, le tocó encabezar al país en “momentos sumamente desafiantes” y “tuvo que hacer frente a los efectos de una profundísima crisis económica”.

Durante los primeros cinco años de su sexenio los precios de los alimentos y de los bienes y servicios de consumo generalizado subían todos los días; a veces varias veces en el mismo día.

La inflación se tornó incontrolable. Desde el año previo a la llegada de Miguel de la Madrid al gobierno, México supo por primera vez lo que significaba “hiperinflación”. Después de rondar durante cinco años entre 20 por ciento y 30 por ciento, la inflación en el último año de López Portillo pasó a 98.8 por ciento.

Con Miguel de la Madrid no fue un año de alta inflación. Fueron todos. El año inicial, 1983, pero también 1986 y 1987 fueron el caos. En 1987 no hubo mes que no estuviera por arriba del 100 por ciento anual. Ese penúltimo año cerró con una inflación anual de 159.17 por ciento.

Con De la Madrid hubo gasolinazos que eran verdaderos golpes al bolsillo de la gente: los aumentos, que llegaron a ser de 50 por ciento ó más, llegaban sin aviso. En cifras oficiales: en 1983, en el primer año de su gobierno, el litro de gasolina magna terminó en 41 pesos (de los de entonces), nueve pesos más que al término de 1982. Para 1987 la magna ya costaba 573 pesos el litro. En 1988 se mantuvo ese precio, pero aun así el aumento en el sexenio fue de casi mil 300 por ciento.

Los muy frecuentes ajustes al precio de los combustibles y de los bienes y servicios que producía el sector público fueron la fórmula escogida por el gobierno delamadridista para incrementar los ingresos públicos: la economía estancada no los generaba.

De hecho, en su gestión no hubo variable macroeconómica que no sufriera alteraciones inéditas. En materia de salarios, en su expresión nominal, la hiperinflación creó un espejismo que se convirtió en chiste: a los mexicanos los volvió millonarios. En 1983 el salario mínimo general era de 398.10 pesos diarios. Al terminar el sexenio el mínimo general promedio era de 7 mil 253 pesos diarios.

Un aumento de mil 722 por ciento en el sexenio, que podría hacer feliz a cualquiera… pero que la inflación se comió con creces. Al final de 1988 el salario sólo servía para adquirir 60 por ciento de lo que se podía comprar en 1983.

El tipo de cambio fue otro dolor de cabeza. Si López Portillo decidió parar la extenuante fuga de capitales con la nacionalización de los bancos y con el control de cambios, Miguel de la Madrid optó por devaluar permanentemente el peso.

Para evitar el vaciamiento de las reservas internacionales del Banco de México López Portillo devaluó la moneda 470.5 por ciento en su último año de gobierno: a fines de 1981 el dólar costaba 26.16 pesos. Se lo dejó a De la Madrid en 149.25 pesos. Y aun así las reservas llegaron a su punto mínimo: mil 593.2 millones de dólares, desde los 4 mil 778 millones que había un año antes.

De la Madrid sólo aguantó un año sin devaluar, pero a partir de 1984 se fue con todo contra el peso. Con el propósito de evitar la fuga y la dolarización –el dólar era la mercancía más barata–, el presidente no tuvo empacho en devaluar y devaluar.

En 1983 el tipo de cambio cerró en 148.35 pesos por dólar (de los viejos, o 0.14925 de los actuales) y en 1988 ya estaba en 2 mil 300 pesos (2.30 sin los tres ceros). Es decir, el precio del dólar aumento mil 450 por ciento en su sexenio. En 1988 el dólar costaba casi 16 veces lo que valía en 1983.

Las reservas internacionales se reconstituyeron paulatinamente, desde 4 mil 694 millones en 1983 hasta llegar a 13 mil millones en 1987, pero el encarecimiento del dólar abonó en una mayor inflación por efecto del encarecimiento de las importaciones que, a final de cuentas, se traducen en mayores precios para los consumidores finales.

De paso, esas continuas devaluaciones dejaron colgados de la brocha a los muchos empresarios que habían contratado préstamos en el exterior, que de la noche a la mañana vieron crecer exponencialmente sus deudas en dólares. En el país el financiamiento era imposible: o no había créditos o los que había estaban por las nubes.

En efecto, las tasas de interés, que además de servir para reducir el dinero en circulación se usaron como mecanismo para atraer inversión extranjera, así fuera golondrina, también tuvieron alzas nunca vistas.

Por dar una idea, la tasa de los cetes, que servía de referencia, llegó en varios meses de 1986, 1987 y 1988 a rebasar 300 por ciento, aunque en el promedio anual fueron de 100, 160 y 220 por ciento, respectivamente.

La variable fundamental de toda economía, el Producto Interno Bruto, tuvo con De la Madrid el peor desempeño desde los primeros años de la década de 1930: en sus seis años la economía nacional sólo creció 0.23 por ciento. Es decir, nada.

Y una economía estancada no genera empleo ni bienestar social, como lo reconoció el propio Miguel de la Madrid ya ex presidente.

Además el pago de la deuda consumía prácticamente todos los ingresos nacionales. Cuando Luis Echeverría inició su sexenio –en 1970– la deuda externa era de 6 mil 100 millones de dólares. Se la dejó a López Portillo en 25 mil 750 millones. Pero antes debió pagar por el servicio unos 10 mil 500 millones.

A la deuda que recibió de Echeverría, López Portillo le agregó otros 58 mil millones de dólares, para dejársela a Miguel de la Madrid en casi 83 mil 600 millones de dólares. Pero en el sexenio pagó intereses por 65 mil 250 millones. Es decir, pagó casi 7 mil 500 millones de dólares más de lo que fue el endeudamiento neto.

Un pesado fardo que se puede entender mejor si se compara con el valor de la economía: en 1971, primer año de gobierno de Echeverría, la deuda representaba 16.6 por ciento del PIB; en 1976, al término de su sexenio, era de 30.7 por ciento del PIB. En 1977, en el inicio de López Portillo, era de 31.1 por ciento del PIB, y al final, en 1982, de 61.2 por ciento.

Esto era insostenible. Pero la dinámica propia del endeudamiento –intereses que no se pueden pagar, se renegocian y pasan a formar parte del capital–, llevó a la deuda en el sexenio de Miguel de la Madrid a niveles inéditos, de hasta 86.2 por ciento del PIB en 1987.

La crisis perfecta

Con esas presiones encima llega Miguel de la Madrid a la Presidencia. Pero también con una economía derrumbada desde 1982, con sobreendeudamiento, sin capacidad de generar ingresos propios; sin quinto en las arcas del Banco de México; con petroprecios volátiles que no garantizaban nada y que se habían desplomado en 1981; con una población lastimada por la espiral inflacionaria y el desempleo; con un sector empresarial humillado y encolerizado por la expropiación de los bancos…

De la Madrid aplicó una medicina amarga y lo hizo de la mano de un equipo formado en las escuelas más “vanguardistas” de la economía –ultraliberales y conservadoras, fanáticas del libre mercado y opuestas a la intervención del Estado en la economía–, donde se encontraban personajes que luego tejerían su propia historia: Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Pedro Aspe, Guillermo Ortiz, Jaime Serra Puche… entre muchos otros.

También fue tutelado por el Fondo Monetario Internacional, que nunca tuvo tanta presencia en México como en esa época, y quien dirigía prácticamente la cirugía aplicada a la economía nacional en esos años.

En aras del equilibrio macroeconómico De la Madrid aplicó continuamente recortes al gasto público; aumentó sin piedad los precios de las gasolinas, de todos los energéticos y en general de los bienes y servicios del sector público.

También eliminó gradualmente los subsidios a los alimentos básicos: pan, tortilla y leche. E inició la privatización y desaparición de empresas públicas: de mil 150 que había dejó poco más de 400. Del resto se encargarían Salinas y Zedillo. Compactó el número de bancos de 62 a 18. Para ganarse la confianza de los empresarios les regresó 34 por ciento de los activos de la banca que expropió López Portillo y los apoyó, a través de un fideicomiso, para que resolvieran sus problemas de deuda en dólares.

Se obsesionó tanto en bajar la inflación –que no cedió sino hasta su último año–, que el trastocamiento de todas las variables económicas, en función de ese objetivo produjo un enorme desempleo y destruyó buena parte de la industria nacional.

Las respuestas a todo ese actuar fueron muy visibles, aparatosas a veces, en los ámbitos social y político. Fue una época de grandes protestas callejeras, manifestaciones de cientos de miles de personas encabezadas por sindicatos de todos los sectores económicos.

De la Madrid vivió experiencias de repudio que no se veían hacía mucho: la rechifla generalizada en la inauguración del Mundial de Futbol en 1986; la explosión de una bomba molotov en Palacio Nacional lanzada desde abajo por un manifestante, cuando el presidente, su gabinete y sus invitados presenciaban el desfile del Primero de Mayo, en 1984.

En lo político a De la Madrid le tocó vivir el más grande cisma en el PRI: Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo encabezaron un grupo de priístas inconformes con la conducción económica y política del gobierno, formaron la Corriente Democrática y abandonaron el PRI para luego, junto con otras fuerzas partidistas, formar el Frente Democrático Nacional que postuló a Cárdenas candidato presidencial en 1988. En la cuenta de De la Madrid también está la famosa caída del sistema durante el cómputo de los votos ese año, que le dio el triunfo a Salinas.

Veamos algo sobre la manera en la cual Felipe Calderón prácticamente se cayó de bruces en sus elogios excesivos hacia el mismo hombre que ordenó los fraudes electorales por los cuales tanto la derecha como la izquierda del país le estuvieron mentando a la autora de sus días en las décadas anteriores:

Insólito homenaje en Palacio Nacional a un ex presidente
Milenio.com
3 de abril del 2012

En el Patio de Honor de Palacio Nacional el Presidente de la República, Felipe Calderón, llegaba apenas siete minutos después de las 19 horas. Provenía de Estados Unidos, de Washington D.C., de reunirse con su homólogo estadunidense, Barack Obama, y el primer ministro canadiense, Stephen Harper. Y ahí, a unos metros del féretro que contenía el cuerpo del ex presidente Miguel de la Madrid, el cual era custodiado por ocho cadetes del Heroico Colegio Militar que vestían de gala, el jefe del Ejecutivo panista hacía un elogio… del ex mandatario del PRI.

Decía que se trataba de una ceremonia republicana que, por cierto, no tenía precedente: al morir, ningún ex mandatario había recibido un homenaje de Estado en Palacio Nacional. Mucho menos de parte de un mandatario perteneciente a un partido distinto. Y Calderón, ante la mirada atenta del ex presidente Carlos Salinas de Gortari (a quien le dio un par de apretón de manos), del dirigente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, de otros priistas viejos y nuevos; del presidente de la Suprema Corte de Justicia, Guillermo Ortiz Mayagoitia; del presidente del IFE, Leonardo Valdés, y de los representantes del Poder Legislativo (el perredista Guadalupe Acosta Naranjo por la Cámara de Diputados y la panista Adriana González Carrillo por el Senado), le hacía un reconocimiento.

“México le reconoce su entrega, su esfuerzo y dedicación en los momentos aciagos en los que le tocó dirigir a la República. Descanse en paz Miguel de la Madrid”, concluía su breve discurso Felipe Calderón. Y le aplaudían. Le aplaudían durante dos minutos los priistas, como Emilio Gamboa Patrón, quien fue secretario particular de De la Madrid; como Jorge de la Vega Domínguez, ex presidente nacional del PRI en el sexenio de De la Madrid; como Bernardo Sepúlveda Amor, canciller con el ex mandatario fallecido; o los actuales gobernadores de Chihuahua y el Estado de México, César Duarte y Eruviel Ávila.

Y los funcionarios del gobierno federal también aplaudían: como el secretario de la Defensa, el general Guillermo Galván; el de Marina, Francisco Saynez; el de Gobernación, Alejandro Poiré, y el de Educación, José Ángel Córdova.

Y es que Calderón había elogiado a De la Madrid con palabras como estas: “Fue un hombre sereno y ecuánime, un hombre de familia que amaba profundamente a México y que con sus aportaciones forjó la fortaleza de México”.

Eso decía el panista del priista. Y por eso, por eso le aplaudían tanto sus palabras.

Al final de la ceremonia, Salinas de Gortari decía, ahí mismo, en el Patio de Honor: “Este homenaje honra al ex presidente De la Madrid, pero también al presidente Calderón.”

En breve charla con MILENIO, Pedro Joaquín Coldwell se manifestaba de manera parecida: “Me gustó mucho el discurso del Presidente. Es un justo reconocimiento a De la Madrid y eso habla muy bien del presidente Calderón.”

Y Emilio Gamboa también: “Fueron palabras muy emotivas que enaltecen tanto al ex presidente como al Presidente.”

La ceremonia, además de las palabras del Presidente y de Enrique de la Madrid, hijo del ex mandatario fallecido, quien habló elogiosamente de su padre como político y como hombre de familia, había sido breve, austera, pero emotiva: se cantó el Himno Nacional, las bandas del Colegio Militar y de la Marina hicieron sonar notas fúnebres, se guardó un minuto de silencio, y hubo una guardia de honor junto al féretro y al retrato del ex presidente. Una guardia realizada por sus hijos, el Presidente, y los representantes de los poderes Legislativo, Judicial y el IFE.

Se iban Felipe Calderón y Margarita Zavala. Se empezaba a vaciar Palacio Nacional y Paloma Cordero, la viuda del ex presidente, aguantaba con estoicismo los cientos de abrazos y pésames que le externaban.

Minutos antes había recibido de manos del Presidente la bandera nacional que dos cadetes habían doblado cuidadosamente e introducido en una caja de madera con cristal.

Se quedaba, “triste pero satisfecha” la familia De la Madrid-Cordero.

Había concluido el insólito homenaje republicano de un presidente del PAN… a un ex presidente del PRI.

Veamos ahora otro trabajo que documenta cómo entre la gente ordinaria del pueblo, a diferencia de la clase política alta que vive rodeada de lujos y comodidades con los impuestos que le sacan de sus bolsillos al pueblo, sí hay memoria y sí se recuerdan las tropelías y abusos en que incurrió el hombre que en su momento pudo haber cambiado el curso de la historia del país para bien pero que para mala suerte de muchos mexicanos terminó de varias maneras dejándolo peor que como estaba:

El funeral de De la Madrid y los elogios de Calderón
Arturo Rodríguez García
Agencia APRO
2 de abril del 2012

Viejos camaradas, algunos de ellos aun encumbrados en su trinchera de oposición, la nomenclatura priista coincidió hoy con el gabinete panista de Felipe Calderón, al asistir a los funerales de Estado que éste último organizó para el expresidente Miguel de la Madrid Hurtado, quien murió el pasado domingo en esta ciudad.

El acto fue para “bien recordar”, como había anticipado Calderón en su comunicado de condolencias emitido ayer, a un hombre que enfrentó momentos difíciles y el discurso, sirvió al actual mandatario para referir el terremoto de 1985, la erupción del Chichonal, las explosiones de Sanjuanico, las crisis económicas…

“Durante su Presidencia tuvo que hacer frente a los efectos de una profundísima crisis económica. Ejerció su liderazgo en aquellos duros momentos para unificar los esfuerzos de la sociedad, a fin de poner nuevamente a flote a la economía nacional”, dijo Calderón.

En estos dos días no hubo crítica, nada sobre el autoritarismo del viejo régimen ni presunciones de haber hecho más que cualquiera de sus antecesores. Tampoco asomó la sombra de la elección de Chihuahua, ni la “caída del sistema” de 1988, ni el asesinato de periodistas. Calderón ni siquiera sacó a relucir su invectiva recurrente, esa que acusa a los gobiernos del pasado por haber dejado crecer la delincuencia.

“Miguel de la Madrid fue un hombre sereno y ecuánime, un hombre de familia; un hombre que amaba profundamente a nuestro México y, al que, estoy seguro, le entregó toda una vida de servicio”, recitó Calderón.

Aun más:

Fue “un gran estudioso de la historia y conocedor del derecho. Admiraba, como muchos de nosotros, a José María Morelos y Pavón, héroe que dio a la causa insurgente algunas de sus más importantes victorias, pero sobre todo, que delineó el país de leyes e instituciones que debía surgir después de nuestra independencia”, dijo Calderón que siguió encomiando a De la Madrid por su política exterior.

No son los funerales que Felipe Calderón le dispensó a sus amigos, los dos secretarios de Gobernación que murieron en accidentes aéreos, Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake, pero son funerales de Estado, al fin y al cabo.

Las calles aledañas al Zócalo capitalino fueron cerradas a la circulación vehicular, mientras turistas y transeúntes quedaron confinados a mitad de plaza, allá, donde apenas algunos curiosos se van apostando sin mayor euforia, ante el escrutinio cuidadoso de numerosos agentes de seguridad, policías, elementos del Estado Mayor, soldados…

Pero en Palacio Nacional, desde el Patio Mariano hasta el Patio de Honores, hombres de edad avanzada y jóvenes, se palmeaban espaldas saludando efusivos, acordaban reuniones, discutían trivialidades y se aproximaban a los lugares que la Presidencia de la República les asignó.

Entre esos muros, se respiró cierta atemporalidad: lo mismo pudo verse a la vieja familia feliz, como se les conocía en la época, a Francisco Rojas, Genaro Borrego, Emilio Gamboa; muy cerca de Jordy Herrera, Alejandro Poiré, José Ángel Córdova Villalobos o Heriberto Félix.

También se pudo ver a Humberto Lugo Gil y Jesús Silva Herzog; a María de los Ángeles Moreno y al líder priista, Pedro Joaquín Coldwell, quien no se ha separado desde esta mañana cuando llegó a la velación en Coyoacán, donde vivía el exmandatario. Por allá, donde se ubicó al secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván.

Todos se parecen, años más o menos. Visten igual, saludan con la misma efusión, caminan con la misma seguridad por esos pasillos del poder a donde fueron convocados para despedir al expresidente exjefe político, amigo o examigo, y todos habrán de coincidir, con Felipe Calderón: “gran mexicano”.

En medio, justo atrás de la familia De la Madrid Cordero, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, capta miradas, se levanta a saludar, se le prodigan consideraciones. La concurrencia está ahí, ajena a la familia, el dolor que se supondría ante el deceso del padre, abuelo, esposo… son tiempos políticos, electorales.

El féretro llegó como a las 6:30 de la tarde. Ya lo esperaba una enorme guardia de honor de cadetes del Heroico Colegio Militar. Media hora después, a tiempo, llegó el presidente Calderón.

La grandilocuencia del maestro de ceremonias cobró nueva dimensión, con una entonación lacónica, encomió a De la Madrid y dio la palabra a Enrique, uno de sus hijos, a quien Calderón emitió sus condolencias con especial énfasis a través de Twitter ayer, porque fue colaborador de la presente administración.

Sea por ese mensaje o por los exabruptos del hoy difunto en un programa con Carmen Aristegui, sobre los hermanos Salinas de Gortari y sus ligas con el narco, pero Enrique lo dejó claro: recordó que ahí, en Palacio Nacional, fue el “destape” de su padre en 1982; y luego mencionó los principios partidistas de su padre, a quien eligieron candidato los sectores y organizaciones de su partido en 1982.

Como sea, fue él, Enrique, quien estableció que se trataba de un funeral de Estado.

“Rendimos homenaje de estado a un hombre de Estado”.

Además, mencionó que su padre fue producto de la cultura del esfuerzo, que venció adversidades, con el apoyo de su madre y su hermana.

Ahí estaba también, como en su casa en Coyoacán, durante la velación, Alfredo del Mazo, el mexiquense al que De la Madrid considerara “el hermano que nunca tuvo”. Y, naturalmente, los mexiquenses, de ayer y de hoy, los mismos de siempre, estaban también ahí, pues además de los mencionados, estaba Eruviel Ávila.

Las exequias de Miguel de la Madrid se convirtieron en una pasarela de personalidades políticas que desde el domingo atestaron las inmediaciones de avenida Universidad y Parras 46, el domicilio del exmandatario.

Carlos Salinas, Beatriz Paredes, y por supuesto, el candidato del PRI a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto.

Esta tarde, alrededor de la 1:00, los guardias de Peña Nieto atiborraron las inmediaciones y montaron un dispositivo de seguridad, ante la patente molestia de vecinos y conductores que atravesaban el cruce de las mencionadas calles.

Quién pensaría que el propio De la Madrid fuera un ciudadano en protesta. En una de las ventanas de su propiedad, un letrero colocado por dentro del cristal, dice: “No a las oficinas de La Casa de las Niñas Infractoras” y en él, se hace un llamado a los vecinos a tomar en cuenta que las tales oficinas provocarán que se afecte la plusvalía de las propiedades, algo un tanto imposible en el barrio de Santa Catarina, pero en fin, esa es la protesta familiar.

Afuera, en el portón de madera, el líder de la CNOP Emilio Gamboa Patrón y el dirigente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, esperaban el arribo de Peña Nieto. Charlaban de trivialidades: que si el temblor fue de 5.8 grados o de 6.2; que si va a llover o que si no. En eso llegó Alfredo del Mazo y los acompañó en su guardia, a la que se sumaron Enrique y Miguel de la Madrid, los hijos del difunto.

Inusualmente puntual, Peña Nieto arribó a las 2:00 de la tarde. Acompañado de Luis Videgaray, Cristina Díaz y una largo séquito, se enfiló sin pronunciar palabra y abrazó largamente a Enrique. Ingresó. Montó una guardia de honor y 15 minutos después, salió sin declarar nada más que había sido un gran presidente.

Para entonces ya era oficial: luego de incertidumbres y escarceos, el homenaje al expresidente sería organizado por la Presidencia de la República, y quedaba cancelado el acto que le preparaba el PRI.

Poco a poco, entre ancianos apoyados en bastones, el lugar se fue quedando desierto.

Redoble de tambor, un redoble de honor, se toca para el expresidente en Palacio Nacional. La bandera doblada fue entregada a la familia De la Madrid Cordero, de manos de Felipe Calderón, que con un tono cansado ha preconizado el legado del expresidente al que su partido tanto cuestionó.

No duró más de 40 minutos el acto de honor. Apenas apareció el ataúd y jóvenes mujeres se apresuraron a sacar sus cámaras digitales. Tal vez alguna la subirá a Facebook, pero por lo pronto, entre si empieza o no el acto, alguna dama elegante discutía con el Estado Mayor: no es posible que la hayan colocado tan atrás.

Poco a poco fueron saliendo con sus vehículos, con sus escoltas, saliendo veloces, desde moneda, perfecto el operativo vial, imposible que algún paisano se atraviese o un taxista les dé un “cerrón”. Aun así, suenan los claxons de los coches.

En eso pasó la carroza con los restos del expresidente. Fue directo a la cremación, según adelantó la familia desde esta mañana. Unas 500 personas estuvieron apostadas en las vallas, en espera de la pasarela, parecía que iba a saludar, a decir adiós, pero no.

“Ojalá te vayas al infierno”, empezaron a gritar cuando la carroza se alejaba y el contingente de los políticos que desde entonces, en el sexenio de Miguel de la Madrid, y aun ahora siguen siendo influyentes, poderosos:

“Pinches rateros, por eso el país está como está”, se escuchó una voz.

De repente, se dieron cuenta de que un enjambre de reporteros rodea a un ser menudo, bajito que se abría paso como podía luego de reconocer que Felipe Calderón realizó el evento para De la Madrid. Era Carlos Salinas de Gortari, a quien lo esperaba en la puerta un vehículo blindado. No hay alcance para un tiro de piedra, envase o proyectil, pero la turba no se amilanó y para despedir a ese otro expresidente, vivo, soltaron una fuerte y prolongada rechifla.

La nomenclatura seguía saliendo, frente a los insultos, gritos y rechiflas, pero ni siquiera volteaba, como si no vieran a la turba; como si no escucharan. Se alejaban de las ceremonia fúnebre que terminó siendo un mitin de priistas y panistas.

La democracia plena no es, desde luego, ninguna garantía de que no se cometerán errores a la hora de escoger un gobernante, y prueba de ello son el libinidoso patán mujeriego Silvio Berlusconi de Italia y el mismo Adolfo Hitler de Alemania. Pero al menos le puede quedar al pueblo el consuelo de que fue su propia equivocación. En el caso de Miguel de la Madrid, el pueblo de México no tuvo ni siquiera ese consuelo, porque Miguel de la Madrid fue producto de un vil dedazo, fue el resultado de una vil imposición para la cual el sucesor tuvo que humillarse ante su predecesor prometiéndole sin mediar palabra alguna que no lo tocaría ni lo enviaría a prisión pese a que había sobrados motivos para ello. Naturalmente, ante tales abusos, era cuestión de tiempo para que reventara la caldera, y ya desde aquellos tiempos había gente intrigante esperando pacientemente para aprovechar en beneficio propio el descontento popular y empezar a colocar a sus propios operativos en puestos clave del gobierno federal cuando llegase la hora para ello.

Habiéndose documentado arriba cómo la Secretaría de Gobernación en los tiempos de Miguel de la Madrid tenía ya prevista hasta la anulación de las elecciones en el Estado de Chihuahua en caso de que la enorme movilización social hubiera hecho imposible la consumación de un fraude electoral, debemos preguntarnos ahora: ¿Han cambiado y mejorado en algo las cosas ahora en relación a lo sucedido en aquél entonces, al estar siendo gobernado el país a partir del año 2000 por las derechas y ultraderechas de México desde la silla presidencial? Lamentablemente, están mil veces peor. Una cantidad creciente de analistas están dando una consideración seria a la posibilidad cada vez más real de que si las derechas ultraconservadoras de México, pese a todo, no pueden de modo alguno darle un triunfo así sea forzado haiga sido como haiga sido a su títere incondicional Josefina Vázquez Mota, entonces tratarán de dar un golpe militar de Estado como el que encumbró al sanguinario genocida Augusto Pinochet en Chile, usando como pretexto para ello el caos producido por la delincuencia organizada en contra de la cual Felipe Calderón declaró su “guerra de legitimación”. Sobre esto, en una entrevista titulada “¿De dónde saca Vázquez Mota que es un personaje popular” llevada a cabo por Antonio Cerda Ardura a un especialista en el fenómeno de las derechas extremas, Edgar González Ruiz, y publicada el 7 de abril del 2012 por la revista Siempre!, aparece lo siguiente:

ACA: ¿Significa que hasta ahora no hay signos de que realmente Vázquez Mota tenga arraigo popular?

EGR: ¡Absolutamente ninguno!

ACA: ¿Que nos indicaría esto respecto a las otras campañas?

EGR: El candidato que hasta el momento ha mostrado más posibilidades de llegar al poder, de ganar las elecciones, es Peña Nieto. Se ha mantenido también, en gran medida, el arraigo, la base social que tenía Andrés Manuel López Obrador. Pero Vázquez Mota, con una serie de trampas y de trucos quiere imponer la continuidad de la derecha en el poder, en contra del sentir de la mayoría de la población. Tan sólo habría que ver cuáles han sido los resultados para el PAN en todas las campañas desde 2009, incluso desde 2006, hasta a la fecha. Excepto lugares como Guanajuato, porque ya ni en Jalisco, que yo sepa, el PAN no ha ganado ni una elección importante. El PAN ha tenido que arroparse en otros partidos y que hacer alianzas. Así ganó el gobierno de Puebla, por ejemplo. Pero este señalamiento está basado en hechos y no es una afirmación arbitraria como ésa de que Vázquez Mota ya está teniendo gran popularidad. Y si nos basamos en ese hecho, es obvio que el pronóstico sobre su candidatura no puede ser nada bueno. Sin embargo, hay un factor que es también muy importante, el cual es contrario a las tendencias populares y sociales: el poder inmenso de que disponen los personajes y los sectores que están detrás de la derecha católica o que forman parte de ella.

ACA: Es decir, el dinero.

EGR: El dinero, el poder del dinero, que es el que controla a los medios de comunicación, a las grandes televisoras y a todas las grandes empresas. Y a pesar de que ya no tiene gran base social y está prácticamente en decadencia, la jerarquía católica sigue teniendo una gran influencia política y económica, por la presión que puede ejercer, no sobre la sociedad, porque ya nadie le hace caso, sino sobre los sectores poderosos, por el miedo que le siguen teniendo los políticos.

Incierto desenlace sexenal

ACA: ¿Ese factor podría cambiar el rumbo de la elección?

EGR: El factor sorpresa es también que Calderón pueda recurrir a alguna situación extrema, como tratar de anular las elecciones recurriendo al Ejército, simulando el recrudecimiento de la supuesta guerra contra el narco, al culminar su periodo. Como lo ha hecho a lo largo de seis años, de forma sangrienta, agresiva y autoritaria, el desenlace sexenal podría ser algo correspondiente. Eso es casi un patrón en la política en nuestro país. Hay que recordar que la transición, el relevo sexenal, aun en la época priista, era similar a lo que había sido el gobierno del presidente en turno. Por eso ahora no cabe esperar una transición suave. Y, además, es difícil esperar que Calderón vaya a tener una actitud respetuosa y democrática. Si llegó al poder como llegó, como él mismo dijo: “Haiga sido como haiga sido”, pues así se va a ir, si es que no quiere hasta forzar su propia permanencia.

¿Son realmente capaces de llegar a tales extremos los ultraconservadores de la derecha recalcitrante que está gobernando a México? Desafortunadamente, sí. Y son capaces de cosas mil veces peores. Porque son depredadores, igual que las políticas económicas que practican en contra del pueblo de México y que fueron empezadas por Miguel de la Madrid.

Si Miguel de la Madrid se hubiera limitado simplemente a respetar los procesos electorales llevados a cabo en Chihuahua en 1986 y posteriormente los procesos electorales para decidir la sucesión presidencial en 1988, habría pasado a la Historia como uno de los más grandes Presidentes que haya tenido el México contemporáneo, habría pasado a la Historia como el político centrado y maduro que condujo al país hacia una democracia plena, todo ello con tan sólo haber respetado esos procesos electorales usando los poderes omnímodos de cuasi-Emperador romano que tenía para ello. ¡Hasta muchos priistas, decepcionados por los latrocinios incurridos por JoLoPo (José López Portillo) lo habrían ensalzado y le habrían levantado cien monumentos en todo el país en reconocimiento a su talla de estadista! En lugar de ello, él mismo por sus propias decisiones terminó convertido en un miserable villano al igual que otros que le precedieron en la silla presidencial. De cualquier modo, esto no fue obstáculo para que TELEVISA y TV AZTECA montaran de inmediato una especie de homenaje póstumo a Miguel de la Madrid con motivo de sus exequías, llegando a la aberración indignante de estar exhibiendo ante la Nación a la viuda de Miguel de la Madrid (Paloma Cordero) como una dolorosa, cuando el verdadero dolor en todo caso es de aquellos millones de mexicanos que fueron llevados a la ruina por el que terminó resultando uno de los mayores devaluadores en la Historia de México, ya que a la devaluación brutal legada por el infame José López Portillo, el tecnócrata neoliberal Miguel de la Madrid le sumó de inmediato otra desplomando el valor del peso (estamos hablando de una devaluación del 1,442.92%), enviando con ello a la quiebra a un sinnúmero de empresas medianas y pequeñas. No en vano, los miles de detractores dijeron acerca de Miguel de la Madrid Hurtado que “nos dió en toda La Madrid, y dejó al país Hurtado” ¡Y ése es precisamente el tipo por el cual Felipe Calderón se estuvo deshaciendo en elogios y halagos en sus exequías fúnebres!

Las barbaridades que cometió Miguel de la Madrid en lo que toca al aplastamiento casi total de lo que pudo haber sido el nacimiento de una nueva era de democracia en México no es lo único que TELEVISA y otros medios cómplices le taparon a este burócrata gris convertido en Presidente por obra y gracia de una simple imposición de José López Portillo. El martes 15 de mayo de 1984 apareció publicado en la página 15C del afamado periódico The Washington Post (el mismo cuyas revelaciones acerca de la corrupción relacionada con los espionajes de Watergate llevó directamente a la caída de Richard Nixon de la Presidencia de los Estados Unidos) un artículo que contenía una acusación extremadamente seria en contra del Presidente de México, elaborado por el columnista Jack Anderson y titulado “México makes its presidentes millionares” (México hace millonarios a sus presidentes). El artículo aparece reproducido íntegramente en un trabajo previo que los lectores interesados en verlo pueden consultar en cualquier momento.

La publicación del artículo en el Washington Post (y no sólo apareció publicado allí, también fue reproducido en un centenar de diarios estadounideneses) orilló a Miguel de la Madrid a darle intrucciones a su Secretario de Prensa Manuel Alonso a presentar una carta de protesta (fechada 15 de mayo de 1984) a Katherine Graham, la directora del periódico Washington Post que publicó el histórico artículo de Jack Anderson, exigiendo disculpas. Lo cual por cierto no obtuvieron. Ante el fracaso de la queja interpuesta a la directiva del Washignton Post (en el México autoritario de Miguel de la Madrid en donde ningún Presidente estaba acostumbrado a que nadie le llevara la contraria y mucho menos que se atrevieran a desafiarlo o decirle sus verdades, las consecuencias de tales cosas eran usualmente terribles), en respuesta diplomática indignada el “ofendido” Miguel de la Madrid giró instrucciones a sus lacayos de presentar una carta de protesta al Departamento de Estado (fechada 19 de mayo de 1984) exigiendo una retractación. Pero les salió el tiro por la culata, porque desde el Departamento de Estado en lo que pareció ser una disculpa light les dieron a entender que, a diferencia de lo que ocurría en México, en los Estados Unidos sí había plena libertad de prensa y libertad de expresión, y que el gobierno federal en Washington no estaba en condiciones de reprimir a sus reporteros como sucedía en el México autoritario de Miguel de la Madrid. El articulista Jack Anderson, desde luego, no desaprovechó la oportunidad para darle seguimiento a estas cosas.

Tras estos vapuleos a la soberbia presidencial, le quedaba un último recurso al Presidente Miguel de la Madrid: interponer una demanda ante los tribunales de justicia norteamericanos en contra del articulista Jack Anderson y en contra del periódico Washington Post por difamación y calumnias, exigiendo reparación de daños mediante una suma multimillonaria, con lo cual la honorabilidad del Presidente habría quedado plenamente reivindicada. El único problema para esto es que para que la demanda pudiera tener alguna esperanza de éxito, se requería como requisito indispensable que los señalamientos formulados por Jack Anderson fuesen falsos. Y en esto radicaba precisamente el problema, ya que el articulista citaba filtraciones confidenciales muy específicas basadas en interceptaciones llevadas a cabo sobre transferencias monetarias a bancos suizos. Una demanda interpuesta por Miguel de la Madrid les hubiera dado tanto a Jack Anderson como al periódico The Washington Post la oportunidad de pedir por la vía judicial la liberación de esa información que hasta ese momento presuntamente estaba clasificada como restringida. Lo podrían haber hecho puesto que en una situación los acusados tienen pleno derecho de obtener por la vía judicial lo que necesitan para poder defenderse. Si lo publicado por el periódico The Washington Post era cierto y hubiera sido confirmado en un tribunal de justicia norteamericano en respuesta a una demanda judicial iniciada en Estados Unidos por el Presidente Miguel de la Madrid a través de la revelación forzada de documentos clasificados, ello habría sido la puntilla no sólo para Miguel de la Madrid sino para todo el gobierno federal de México. El resto de la historia ya lo sabemos, Miguel de la Madrid no interpuso ninguna demanda, recurriendo al peregrino pretexto (esgrimido por sus apologistas) de que el prestigio de la Presidencia de México no podía ser expuesto ante un tribunal de justicia extranjero. Una vez que Miguel de la Madrid dejó de ser Presidente, ya como ciudadano ordinario pudo haber interpuesto la demanda sin exponer a la Presidencia misma a un descrédito. Sin embargo, tampoco lo hizo. ¿A qué le tenía miedo Miguel de la Madrid que saliera a la luz si demandaba judicialmente a The Washigton Post y a su columnista Jack Anderson? ¿A que se confirmara, a fin de cuentas, que los señalamientos de enriquecimiento ilícito eran ciertos?

Lo más interesante en todo este asunto es que, cuando se publicó el artículo de Jack Anderson, el pueblo de México fue mantenido ignorante de lo que había sido publicado en el extranjero, con la resultante de que cuando varios de los funcionarios y paleros incondicionales del Señor Presidente aparecieron ante los medios “defendiendo” a Miguel de la Madrid de las acusaciones que se le estaban haciendo en el extranjero, casi nadie en México sabía de qué se le estaba defendiendo o de qué se le estaba acusando (todos los ejemplares del periódico The Washington Post en donde apareció el artículo incriminatorio fueron confiscados ese mismo día por una nube de agentes desplazados por la Secretaría de Gobernación para tales efectos, y ciertamente ni TELEVISA ni Radio Fórmula hicieron mención alguna a tan importante acusación).

Si suponemos como ciertas las acusaciones formuladas por The Washington Post en contra de Miguel de la Madrid, entonces ese hombre debería de haber pasado el resto de sus días en prisión en vez de estar gozando una opípara pensión vitalicia a cargo del mismo erario público que ya había saqueado. Y como se requiere de un pillo para proteger a otro, su sucesor Carlos Salinas de Gortari se encargó de echarle tierra al asunto al igual que Miguel de la Madrid se encargó de echarle tierra al asunto de los latrocinios cometidos por su predecesor José López Portillo. En rigor de verdad, de estos tres pillos no se hacía ni uno.

Si de algo sirvió la denuncia publicada en The Washington Post, ello fue para que Miguel de la Madrid doblara un poco el brazo y aceptara un mayor sometimiento de la soberanía de México (al igual que como ha ocurrido en el sangriento y macabro sexenio calderonista) a la lucha antinarcóticos del gobierno estadounidense.

¿Es posible sacudirse el infame legado neoliberal que le dejó a México el autócrata Presidente Miguel de la Madrid Hurtado que en vez de darle marcha atrás a los graves yerros de su predecesor metiéndolo incluso a la cárcel e incautándole sus fortunas mal habidas optó mejor por darle importancia a “las variables macroeconómicas” hundiendo al pueblo de México? El siguiente trabajo elaborado en dos partes (las cuales se resumen en una sola) por un eminente académico (economista e historiador, investigador emérito de la UNAM con estudios en la Escuela Superior de Derecho y Economía de Tel Aviv y en la Universidad Nacional, y un doctorado en historia económica en la Universidad Humboldt de Berlín) dá algunas esperanzas:

Los límites del neoliberalismo (I) - Primera parte
Enrique Semo
Agencia APRO
13 de abril del 2012

El periodo que hoy vivimos no está suspendido en el limbo sin pasado y sin futuro. Es difícil entenderlo sin relacionarlo con nuestra historia o intentar hacer una prognosis sobre su futuro. Al contrario, tiene antecedentes muy claros. Lo podemos definir recurriendo al concepto de Gramsci de revolución pasiva o revolución desde arriba, que aplicada a un país dependiente como el nuestro se transformaría en modernización pasiva o modernización desde arriba.

Esta forma de cambio social y económico designa el intento autoritario de un hombre fuerte, dictador o rey, apoyado en una burocracia dominante y sectores de la clase hegemónica, que pretende introducir en un país atrasado las reformas necesarias para ponerlo al nivel de los países desarrollados, sin consultar al pueblo, obligándolo a cargar con los costos de las reformas y recurriendo en todos los casos necesarios a la represión o la cooptación.

Quizás el mejor ejemplo de revolución pasiva sea la de Bismarck (1815-1904), genial político que llevó a la Alemania atrasada a transformarse en un gran imperio cuya constitución se firmó en el París ocupado por las tropas alemanas; en una gran potencia industrial que rápidamente disputó la hegemonía mundial a Inglaterra y a las otras potencias. Pero esta revolución pasiva fue exitosa –desde el punto de vista de los objetivos de Bismarck y los círculos junker– y, como lo veremos más adelante, nuestras modernizaciones pasivas no.

Mi hipótesis es que hay en la historia de México tres periodos que corresponden como gotas de agua a modernizaciones pasivas desde arriba. La primera, en los años 1780-1810; la segunda, un siglo después, en los años de 1880-1910, y la tercera, en el periodo aciago de 1982 a 2012.

Se comparan los tres periodos de modernización pasiva buscando similitudes y diferencias, para luego intentar algunas prognosis sobre el futuro inmediato del México actual. Sabemos que la historia no se repite. Pero creemos que la historia de cada sociedad tiene sus regularidades.

Hoy México se encuentra en una encrucijada que lo puede llevar a seguir la tendencia predominante hacia la izquierda en el resto de América Latina o persistir en la vía conservadora del presente. Comparemos las modernizaciones desde arriba de 1780-1810, 1880-1910 y 1982-2012, o sea lo que se llamó las Reformas Borbónicas, el Porfiriato, para pasar luego a lo que hemos denominado el Periodo Neoliberal.

Encontramos entre los tres las siguientes coincidencias:

En el mundo se produce una gigantesca revolución técnica con sus consecuencias sociales y políticas. Durante las últimas décadas de la Colonia, la Revolución Industrial y sus secuelas; a finales del siglo XIX, la segunda Revolución Industrial, y a finales del siglo XX y principios del XXI el gigantesco boulversment de la informática.

En la Nueva España y luego en México, país atrasado, se intentan aplicar desde arriba reformas que le permitan integrarse a ese proceso. El poder está en manos de la Corona borbónica, Porfirio Díaz y la Tecnocracia.

Los efectos de esas reformas son muy desiguales. A la vez que benefician a algunos sectores de la población perjudican brutalmente a otros. Queriendo imponer los aspectos de la modernidad que convienen a las clases dominantes e impedir el desarrollo de las que benefician a los sectores populares, generalmente se produce una gran concentración de la riqueza y los ingresos.

Los intentos terminan en las tres ocasiones en grandes crisis económicas de origen exterior, que rápidamente se transforman en crisis multisectoriales en México.

Surgen pequeños grupos que cuestionan estas formas de modernización. Desarrollan una nueva ideología y se proponen actuar para cambiar las vías de reforma vigentes, enarbolando las banderas de soberanía, libertad, igualdad y justicia social. La derecha no aparece como partidaria del pasado, sino de un tipo de reformas, y la izquierda debe cuidarse muchísimo en no enraizarse en un pasado imaginariamente mejor, sino en ser protagonista de otro tipo de cambios posibles que tienen como faro el bienestar de las mayorías. En esas condiciones, el problema de para quién y con quién se hacen las reformas se vuelve central.

En los primeros dos casos, la modernización desde arriba acaba en una revolución social, mientras que aún no sabemos qué fin tendrá la etapa neoliberal. Durante esos periodos se dan olas de revoluciones sociales y políticas, como a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XX. En cambio el neoliberalismo se mantiene, después de 30 años, pese a la convicción de muchos de que el modelo no ha alcanzado los objetivos deseados.

1

Desde finales del siglo XVIII la sociedad en Europa Occidental entró tempestuosamente en la era de la modernidad. El capitalismo industrial no puede existir sin revolucionar constantemente la tecnología, los sistemas de trabajo, la ideología y la cultura. Como decía E. J. Hobsbawm, la misma revolución que se llamó industrial en Inglaterra, fue política en Francia y filosófica en Alemania. Este fenómeno afectó no sólo a las metrópolis, sino también a sus colonias.

En la Nueva España la Ilustración y el liberalismo, opuestos a las ideas del antiguo régimen, se filtraron por mil caminos. Aun cuando no se desarrolló una cultura de la Ilustración digna de ese nombre, la diferencia entre escolasticismo y liberalismo, entre tradicionalismo y modernidad, se fue ampliando.

El imperio español, que se atrasaba cada vez más respecto a las otras potencias europeas, hizo un extemporáneo y efímero esfuerzo de modernización, que se conoce con el nombre de Reformas Borbónicas. Por primera vez en la historia de lo que sería más tarde México, entra en escena la modernización desde arriba.

Carlos III de España impulsó un conjunto de reformas en las colonias que debían centralizar el control en manos de una burocracia peninsular, que respondía directamente al rey, aumentar considerablemente las transferencias a la metrópoli y desarrollar su condición de mercados cautivos para los productos españoles. Se redujeron los privilegios con que contaba la Iglesia, la corporación feudal más poderosa de la Colonia, para pasarlos a la Corona.

En lo que respecta a las finanzas públicas, se aumentaron los impuestos, los monopolios estatales y los préstamos forzados para aumentar los ingresos. Se reformó el régimen de comercio, abriendo nuevos puertos americanos al comercio con España. Se crearon nuevos Consulados en Guadalajara y Veracruz y se abrió el comercio intercolonial entre la Nueva España y los virreinatos de Nueva Granada y Perú. En resumen, en 30 años se rompieron las bases del régimen que durante dos siglos había estrangulado al comercio, liberalizando a éste estrictamente dentro de los marcos del imperio. Se tomaron importantes medidas para estimular la producción de plata. Al mismo tiempo, se prohibieron actividades que competían con las exportaciones españolas.

Sobre esa modernización desde arriba ha dicho Brading que fue una segunda conquista de América y un aumento del poder de los ricos sobre los pobres. Se registró una caída de los salarios reales, los obrajes quebraron como efecto de la competencia de los productos industriales europeos, hubo crecientes dificultades de acceso a los alimentos básicos, impuestos mayores y exacciones de emergencia que redundaban en transferencias muy elevadas hacia la metrópoli. Los problemas de tierra en las comunidades se volvieron agudos, principalmente en las zonas que conocían los efectos del crecimiento demográfico o de la expansión de las haciendas.

El último zarpazo económico de la imperial España contra la economía de su Colonia fue una serie de medidas para transferir importantes fondos a sus cuentas, exhaustas por las repetidas guerras. De un promedio anual de 6.5 millones de pesos de ingresos fiscales en 1700-1769, se pasó a 17.7 millones en 1790-1799 y a 15.8 millones de pesos en 1800-1810. Es importante destacar que algunos de estos impuestos eran cubiertos principalmente por las clases populares. Se calcula que en los últimos 20 años de poder español, la Nueva España remitió a la metrópoli entre 250 y 280 millones de pesos, lo que equivalía a más del ingreso nacional en un año.

Al final de la Colonia, una generación de mexicanos descontenta con su realidad asumió un proyecto para el futuro que prometía mucho más de lo que las condiciones objetivas reales permitían realizar. Generalmente, estas utopías liberales no fueron sino la imagen más o menos deformada de las circunstancias existentes en los países más desarrollados. Durante el siglo XVIII se registraron más de 200 rebeliones indígenas y de negros esclavos o cimarrones, algunas de ellas inspiradas en un milenarismo antiespañol o en exigencias de mayores libertades y mejores condiciones para sus comunidades.

Iniciada la crisis de la Corona española en el periodo prerrevolucionario se produjo el intento del cabildo de la Ciudad de México en 1808 de convocar a un Congreso para que la Nueva España se gobernara autónomamente mientras la metrópoli estuviese ocupada por los franceses. Antes, en 1801, se había sublevado en Tepic el indio Mariano, que pretendía restablecer la monarquía indiana y nunca pudo ser capturado. Luego surgió en Querétaro una conspiración que comenzó a elaborar planes para la convocación de un Congreso novohispano.

2

El periodo de modernización en el Porfiriato (1880-1910) obedeció también a impulsos externos poderosos. La segunda Revolución Industrial estaba en plena marcha. La maquinaria moderna impulsada por el vapor sustituyó todas las otras formas de producir. Al mismo tiempo aparecieron nuevas fuentes de energía: la electricidad y el motor de gasolina. Hacia 1890, el número de lámparas eléctricas y la producción de petróleo se elevaron velozmente. Alrededor de 100 mil locomotoras, arrastrando sus 3 millones de vagones, cruzaban el mundo industrial. Los telégrafos, y más tarde los teléfonos, se generalizaron. Los países más desarrollados entraron en una fiebre colonialista y los imperios ingleses, franceses y alemanes crecieron rápidamente. En las metrópolis una acumulación vertiginosa de capital obligó a invertir en las colonias y los países dependientes. Pero el auge desembocó en una gran crisis en 1907, una mortífera guerra mundial y una cadena de revoluciones sociales que dieron la vuelta al mundo: México, Persia, China, Rusia, Hungría, Turquía y hasta Alemania.

En el último tercio del siglo XIX, el Estado mexicano se había consolidado. Pronto, Díaz se alió con los empresarios europeos y estadunidenses ofreciéndoles condiciones inmejorables para atraer capitales que lo ayudarían a modernizar el país y pacificarlo. Un río de dinero extranjero, al cual se le dio toda clase de alicientes y privilegios, fluyó en
el país. Para 1910 se habían ya invertido 2 mil 700 millones de dólares, 70% del total de las inversiones.

Se construyó una red ferroviaria que integró el mercado interno y estrechó los lazos de México con Estados Unidos. Renació la minería de la plata y la producción del cobre y la del petróleo se convirtieron por primera vez en exportaciones importantes. Lo mismo sucedió con el café, el henequén y el ganado, que fluía hacia Estados Unidos. La producción industrial para el mercado interno creció en el rubro de los textiles y se inició en los del papel, hierro y acero. Los migrantes del centro del país se establecieron en los pueblos mineros, en las haciendas y en las ciudades en crecimiento del norte. Miles de mexicanos iban a trabajar al país vecino. Todo eso creó relaciones económicas similares a las que existían antes entre la Colonia y la metrópoli en el siglo XVIII en lo que respecta a la orientación del crecimiento. El desarrollo del país se configuró de acuerdo con intereses externos. Esto era sobre todo evidente en la agricultura. Lo perverso del importante desarrollo de finales del siglo XIX es que poco benefició a las clases trabajadoras del campo y la ciudad y aumentó considerablemente los desequilibrios y las fricciones sociales. Una vez más, las reformas introducidas durante el Porfiriato fueron, en el sentido más puro, una modernización desde arriba. El pequeño grupo de empresarios y políticos que tenían el control del país no buscó en ningún momento un pacto social que distribuyera los beneficios aportados por el cambio a todos los sectores de la población.

El lema de la élite dominante era: “orden político y libertad económica”. Para librar a la clase obrera de la opresión del capital –decían Los Científicos en su órgano Revista Positiva– no hay que recurrir a un mejor reparto de la riqueza, sino a un mejor empleo de los capitales.


Los límites del neoliberalismo (II) - Segunda parte
Enrique Semo
Agencia APRO
18 de abril del 2012

En la segunda parte de este ensayo el historiador Enrique Semo, colaborador de Proceso, finaliza el análisis de tres periodos cruciales en México: las Reformas Borbónicas, el Porfiriato y el presente neoliberal; pero no se queda ahí: sugiere algunas rutas que la izquierda debería o podría seguir para que el país se sacuda del marasmo maquilador y sus crisis económicas recurrentes. Propone ante todo no aferrarse al pasado pues, dice, “el neoliberalismo no va a ser frenado por los nostálgicos del ogro filantrópico. Los tiempos mejores se tienen que construir con la argamasa del futuro”. El texto es resumen de la conferencia pronunciada el 27 de marzo como parte del ciclo “Los grandes problemas de la nación”, organizado por Morena.

Bajo el Porfiriato apareció una incipiente clase obrera, pero la prohibición general de huelgas y de asociación así como las condiciones extremadamente adversas de trabajo produjeron a final de cuentas las primeras grandes huelgas duramente reprimidas. En la clase media también se multiplicaron las tensiones pese a su crecimiento. Comenzó a surgir una intelectualidad crítica o incluso disidente. A finales del Porfiriato éste fue un sector de la población que acabó transformándose en una oposición al régimen. El predominio del capital extranjero en todas las ramas dinámicas, fuera de la agricultura, dificultaba el desarrollo de una burguesía mexicana independiente y fuerte. El nacionalismo comenzó a expresarse como resistencia al excesivo dominio del capital extranjero pero fue la modernización de la agricultura la que produjo las mayores tensiones. La creciente concentración de la propiedad de la tierra afectó negativamente a los pueblos libres y a los pequeños propietarios. Muchos de ellos tuvieron que abandonar sus tierras. Los peones de las haciendas vieron sus condiciones humanas degradarse. Las compañías deslindadoras vinieron a agravar los procesos de expropiación después de las Leyes de Colonización de 1883 y 1894.

El crecimiento y también las tensiones se fueron acumulando a lo largo de una generación completa y estallaron a raíz de una crisis económica en 1907-1910.

Ésta se inició en Estados Unidos y tuvo efectos graves para México. En aquel país el primer síntoma fue un “pánico bancario”, como se decía en aquella época. Una burbuja de especulación ligada con el cobre se transmitió a los grandes bancos y los trusts, que entonces eran la novedad. La crisis financiera se comunicó rápidamente al resto de la economía. Los efectos del pánico financiero en el país vecino comenzaron a sentirse en México, causando una recesión en 1907 y 1908.

La caída de los precios del cobre, la plata, el henequén y otros productos de exportación; la reducción de la oferta de trabajo para mexicanos en la construcción de ferrocarriles y la industria norteamericana; el déficit presupuestal a nivel federal y en los estados de la República; el cierre de minas importantes; la crisis en las fincas henequeneras y en el sistema de bancos de crédito y emisión recién creados, fueron algunos de los síntomas.

También se produjo una crisis política en los grupos dominantes y en el Estado, las pugnas entre los científicos por un lado y otros sectores de la clase dominante (los Madero y los Reyes, por ejemplo) menos favorecidos se agudizaron y el gobierno se vio cuestionado por la oposición en el último intento de reelección de Porfirio Díaz.

En México las dos revoluciones fueron precedidas por un periodo en que los círculos dominantes, embriagados por los éxitos de la modernización desde arriba, dejan de cumplir con el principio establecido en su tiempo por José María Luis Mora: cada gobierno debe “representar a toda la sociedad, a la vez que se defienden los intereses de una parte de ella”. Es decir que se puede favorecer a una clase, pero se debe tomar en cuenta a todas las demás. En un país eminentemente rural los campesinos sienten amenazadas sus comunidades no sólo por la expropiación de tierras, sino por el ataque a su tejido social, cosa que sucedió antes de la Revolución de Independencia y de la Revolución Mexicana. Los conflictos locales o parciales se multiplican hasta que surge una nueva identidad rebelde de más vastas proporciones.

III

Hablemos ahora del mundo y del México actual. Como en el pasado, México sigue siendo un país dependiente en el cual los grandes impulsos del cambio no parten de su realidad interna, sino que se encuentran subordinados a movimientos cuyo epicentro son los países desarrollados.

El mundo vive cambios epocales. Por una parte la consolidación, enteramente dentro del escenario capitalista, de una nueva revolución tecnológica que ha abierto el paso de la civilización industrial a la civilización informática. Por otra, el fracaso de los intentos de construir sociedades poscapitalistas en el siglo XX, que pretendían asegurar el desarrollo de las capacidades humanas desde un orden equitativo, justo y fraternal. Tampoco tuvo éxito el Estado de Bienestar cuyos restos están siendo desmantelados ante nuestros ojos. Probablemente los primeros ensayos de construir sociedades socialistas o sociedades socialdemócratas en el siglo XX fueron prematuros o se dieron en escenarios inadecuados. También acabaron en la derrota varios movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo. A diferencia de los dos casos anteriores, la modernización desde arriba mexicana (1982-2012) se produce en un periodo de hegemonía indisputada del capital financiero mundial que ha penetrado en los rincones más recónditos, como la familia y la mente de los individuos.

Ha cambiado la relación entre las compañías trasnacionales y los Estados nacionales. Las redes en las firmas y sus relaciones externas han hecho posible un considerable aumento del poder del capital vis-a-vis el trabajo, con el descenso concomitante de la influencia de los sindicatos y otras organizaciones obreras. Han surgido nuevos centros de desarrollo capitalista, como los BRIC, mientras los veteranos se encuentran sumidos en una profunda crisis. Simultáneamente, actividades criminales y mafias que se han transformado en redes globales, proveyendo los medios para el tráfico de drogas, junto con cualquier forma de comercio ilegal demandado por nuestras sociedades, desde armas sofisticadas hasta carne humana. El “pensamiento único” o Consenso de Washington, expresión ideológica de la nueva hegemonía, es absolutamente opuesto a la Ilustración y al Liberalismo de los siglos XVI-XVIII y al socialismo y al nacionalismo anticolonialista de principios del siglo XX.

Como en las dos ocasiones anteriores, el periodo de auge termina en el mundo con una crisis financiera aguda desde los años 2008-2009 cuyo desarrollo futuro nadie puede prever. Mientras –como declaró recientemente Juan Somavía, director general de la Organización Internacional de Trabajo en 2011– el desempleo ha llegado a un nivel histórico de 200 millones de personas en el mundo y la economía en esta nueva desaceleración sólo está generando la mitad de puestos de trabajo demandados por la dinámica demográfica.

En México a partir de 1982 el modelo de sustitución de importaciones fue reemplazado por una apertura comercial y financiera irreflexiva, total y extraordinariamente corrupta. Se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y se abrieron las puertas irrestrictamente a la inversión extranjera. Hubo un proceso de desindustrialización y expansión de la maquila. Se privatizó la banca y se dio fin a la reforma agraria, abriendo la puerta a la privatización de los ejidos. La economía informal adquirió un carácter estructural, probando que la demanda decreciente de trabajo en la producción se ha transformado en un excedente crónico alucinante de trabajadores: 50% de la fuerza de trabajo está en la economía informal.

Como en los dos casos anteriores, las Reformas Borbónicas y el Porfiriato, ha habido una concentración aguda del ingreso y una reducción del nivel de vida en la mayoría de los sectores populares. El único éxito ha sido hasta ahora convertir a México en un importante exportador de productos industriales que se ha confundido con la incorporación del país al proceso de globalización. Sin embargo hay que decir que las maquiladoras que explican este aumento son principalmente extranjeras, sobre todo norteamericanas, y su integración con la industria nacional es muy baja. Al mismo tiempo ha aparecido una nueva clase media ocupada en los servicios, muy modesta pero sostenida artificialmente por el crédito al consumo. Desde 1982 la economía y la sociedad han conocido cambios profundos a partir de un golpe de Estado pacífico orquestado por una tecnocracia formada en Estados Unidos.

Veamos el parecido con los sucesos de los otros dos finales de siglo, las Reformas Borbónicas y el Porfiriato. En las tres ocasiones los cambios en los centros de la economía mundial fueron introducidos a México por intereses extranjeros y en condiciones de una modernización desde arriba. Hoy como ayer, el progreso social y económico del país ha sido extremadamente desigual y ha terminado en una crisis muy profunda.

Pero también hay diferencias muy importantes. Mientras que en los dos casos anteriores el proceso terminó en una revolución, esta vez no se le ve al neoliberalismo un fin tan violento. Aparte de los factores internacionales, una de las causas internas de la diferencia es que en México la reforma electoral ha abierto algunos canales a la expresión popular. El sistema tripartita que ha surgido ha creado esperanzas. No es casualidad que en dos ocasiones (1988 y 2006) de irrupción popular en la política, ésta se realizó a través de las elecciones. Hubo un tiempo en que la tesis de la “transición democrática” se hizo cada vez más popular. Tal parecía que lo único que quedaba a discutir era el cómo, cuándo y dónde se daba cada paso en la culminación del proceso. Ahora sabemos que ésta era una ilusión. En el presente se da una democracia frágil y contaminada por las viejas formas de hacer política.

Dos fraudes electorales, el de 1988 y el de 2006; el distanciamiento de la clase política de los grandes problemas nacionales; los constantes conflictos poselectorales locales; el crecimiento del crimen organizado y de la corrupción masiva, ponen en riesgo la democracia incipiente recién conquistada. Podemos decir que las viejas formas de cambio tienen una reciedumbre mayor que el cambio negociado que es la base de la democracia. Las oligarquías políticas y económicas del país están firmemente unidas en defensa de la modernización desde arriba llamada neoliberalismo. A partir de 2006 el Ejército ha sido sacado a la calle con el objetivo explícito de la lucha contra el narcotráfico. Felipe Calderón y el jefe del Estado Mayor le han dado al fenómeno un contenido político: se construye el Estado militarizado y la corrupción adquiere una continuidad entre crimen y política, extraordinariamente disolvente. Pese a la demagogia sobre la democracia en los medios se oyen ecos peligrosos de esa política de la Nueva España, cuando un reformador borbónico como el marqués de Croix, después de reprimir sangrientamente un movimiento de protesta, decía: “de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España que nacieron para callar y obedecer y no para discutir ni opinar en los altos asuntos de gobierno”, y reminiscencias de la “paz sepulcral” porfiriana que en algún momento se condensó en el famoso telegrama: “Mátalos en caliente”.

La oligarquía actual no quiere ceder y los sectores populares no tienen la fuerza ni la organización para imponer la negociación. Una oportunidad de cambio progresista por la vía electoral está con el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador.

Con su triunfo se produciría un cambio importante en la relación de fuerzas a favor del pueblo. Pero la verdadera alternativa sólo comenzará a definirse si su victoria se manifiesta con una mayoría indisputable en las urnas y si ésta se apoya en una fuerte movilización social, antes y/o después de las elecciones.

No olvidemos que en la situación mundial actual hay una diferencia fundamental con las dos crisis anteriores. No existen olas revolucionarias comparables a las del siglo XVIII ni a las del principio del siglo XX que dieron la vuelta al mundo y cambiaron radicalmente su faz durante un siglo. El dominio del capitalismo es total. La salida pactada como alternativa democrática al momento confrontacional es posible, pero difícil.

La izquierda actual de México, como la de toda América Latina, ha abandonado las posiciones radicales del pasado. Poco se parece a las fuerzas de Morelos o Guadalupe Victoria de la Independencia o a los liberales radicales y a los anarquistas de la gran Revolución. Su plataforma es la de un frente muy amplio, muy diverso en sus ideologías, que se concentra en introducir desde el gobierno una serie de cambios que restituyan posiciones populares perdidas debido a la política de los gobiernos priistas y panistas que han gobernado desde 1982.

¿Qué podrá esperarse del triunfo de una vasta alianza de este tipo? Ante todo, frenar la descomposición que crea la corrupción y las prácticas clientelares; una nueva política agraria que asegure una mayor independencia alimentaria; la reducción paulatina de las exenciones fiscales a las grandes empresas; la creación de una política social que permita la ampliación a buen paso del mercado interno y aumente considerablemente la importancia de las industrias pequeñas y medianas nacionales para abastecerlo. Pugnar también por una reforma del TLCAN que propicie, entre otras cosas, la libertad migratoria que ahora no existe. En una palabra, cambiar las políticas que benefician exclusivamente a las trasnacionales extranjeras o mexicanas por políticas que tengan el objetivo del bienestar social y la soberanía.

Una izquierda tan heterogénea como la mexicana o la latinoamericana en la actualidad no puede ir más allá de modificaciones al funcionamiento del capitalismo. Antes que nada la alternativa al neoliberalismo mexicano debe enfrentarse con el mito de Margaret Thatcher: there is no alternative! Si, amedrentado, el discurso de la izquierda mira hacia atrás, hacia la mistificación de la Revolución Mexicana que utilizó el PRI durante 40 años, caerá inevitablemente en los lastres y las ilusiones del siglo XX. La alternativa está sólo en el futuro, no podemos guiarnos por el refrán “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El neoliberalismo no va a ser frenado por los nostálgicos del ogro filantrópico. Los tiempos mejores se tienen que construir con la argamasa del futuro.

La desaparición del “socialismo realmente existente” no ha resuelto las contradicciones sociales y culturales del capitalismo, que sigue siendo, como lo dijo Carlos Marx en su tiempo, un sistema que sólo puede avanzar sembrando en el camino la guerra, la desocupación y la desigualdad extrema.

La práctica actual de una izquierda amplia con objetivos que no trascienden el capitalismo, no cancela la hipótesis socialista. “Un mapamundi que no incluye la utopía, no vale siquiera la pena de ser mirado”, decía Oscar Wilde. Estamos ante una tradición filosófica que se remonta a épocas muy lejanas, a una aspiración humana que no se puede eliminar por arte de magia.

Es imposible extirpar un cuerpo de ideas, un pensamiento político, expresiones artísticas y literarias rebeldes y, sobre todo, una tradición de lucha que han existido durante siglos y que no pueden ser borradas de un manazo. La verdadera alternativa no se agota en la lucha contra el neoliberalismo. Debe comprender que las raíces del mal están en el capitalismo.

La hipótesis socialista inmersa en el pensamiento contemporáneo, en lo específico de cada país, en el optimismo intelectual basado en la capacidad de entender y resolver problemas prácticos, es la única arma contra la rendición incondicional y un regreso absoluto a las costumbres capitalistas que nos exige el “pensamiento único”. Es necesario y es posible aprender a vivir en la tensión constante entre las modestas tareas actuales y las aspiraciones de emancipación de la humanidad, que deben ser reconstruidas sobre la marcha, fusionando el pasado con el futuro.

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Por lo pronto, viendo la manera en la cual los panistas-Yunquistas empezando por el mismo Felipe Calderón se estuvieron deshaciendo en elogios y alabanzas excelsas en honor de un burócrata cuyo único mérito verdadero fue el haberse sacado la Lotería al ser elegido por dedazo como Presidente de México, podemos estar seguros de que conforme vayan muriendo otros personajes grises o de plano siniestros en el panorama político mexicano también los irán elevando casi casi a la categoría de super-héroes investidos de miles de cualidades, como en el caso de Carlos Salinas de Gortari en cuyos funerales es dudoso que haya quien recuerde a la niña que mató Carlitos cuando era pequeñito, como también es dudoso que haya quien recuerde que la economía legada por Salinas de Gortari era tan falsa y tan ficticia que al poco tiempo de haber entrado su substituto Ernesto Zedillo el peso se devaluó de tres pesos por dólar a nueve pesos por dólar en cuestión de unos cuantos días, como tampoco habrá quien refresque la memoria a los presentes en las exequías con el recuerdo de aquellos desventurados hoy conocidos como los ángeles de Charly (el Cardenal Posadas Ocampo, el cuñado de Carlos Salinas y Secretario General del PRI José Francisco Ruiz Massieu, y Luis Donaldo Colosio), aunque el panismo con sus 60 mil cadáveres a cuestas no queda muy atrás de tan macabros legados. Y sobre todo, alabarán el neoliberalismo económico a ultranza cultivado por Salinas de Gortari y elevado a la categoría de dogma intocable (como anteriormente lo era en Rusia el comunismo soviético) que ha terminado beneficiando a menos del 5 por ciento de la población.

Y en lo que toca al mismo Felipe Calderón, seguramente estará esperando que en sus pompas fúnebres (¡en Palacio Nacional, desde luego, ya se sentó el precedente!) cuando le toque su turno cualquiera que sea el Presidente en funciones se deshaga también en elogios y alabanzas y lo recuerde como “el hombre que salvó a México del narco”, porque al menos así es como Felipe Calderón se ve a sí mismo.